En el cuento de la gallina de los huevos de oro aprendemos que la excesiva ambición puede dar al traste con un objetivo asegurado. Si además de unimos a ello la falta de paciencia al saltarse un “calendario cuasifijo” acabamos reconociendo que, al responsable de tal desastre, le está bien empleado. Y esto es lo que considero que ha pasado en el Congreso en relación al uso de las lenguas oficiales y la decisión adoptada por Marín al respecto, tras la penosa actuación del diputado de ERC.
A los votantes de ERC se les venderá ahora que “Madrid” quiere prohibir el catalán, pero la lectura real es que cuando les han tendido la mano, han querido coger el brazo.
Me da mucha pena, por los seguidores que arrastra el partido, que este tipo de actitudes no se vean como realmente son: un paso atrás en la normalización y en las aspiraciones de este grupo de personas. Si hoy gallegos, catalanes y vascos no pueden dirigirse en un primer momento en sus respectivas lenguas al resto de los diputados hay que agradecérselo, paradógicamente, a quienes han hecho de la defensa de la suya una de sus banderas.
Para que me defiendan así, prefiero hacerlo solo.
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