20.3.07

Los experimentos de Milgram

A raiz de la serie de manifestaciones, o más concretamente, a raiz de los motivos que están llevando a los partidos (principalmente el PP, donde cree haber encontrado un filón y al que dirijo en primer lugar este post) a convocar estas manifestaciones, no dejan de venirme a la cabeza los experimentos de Milgram.

Durante la década de los 60, el profesor de psicología de la Universidad de Yale Stanley Milgram, realizó una serie de experimentos sobre obediencia y responsabilidad individual con el fin de medir la buena voluntad de un participante a obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas puedan entrar en conflicto con su conciencia personal.

Para ello, y a través de un reclamo para participar en un supuesto experimento sobre la memoria y el aprendizaje, dos individuos se disponían en un laboratorio. Uno de ellos (el gancho) hacía el papel de “alumno” y otro, (el sujeto del experimento) hacía de “maestro”. Al “alumno” se le ataba a una silla y se le colocaban una serie de electrodes. Al “maestro” se le situaba delante de una máquina con una serie de palancas marcadas con leyendas que iban desde “descarga leve” a “peligro: descarga potente”, finalizando con una en la que se leía XXX.

Al “alumno” (una persona que formaba parte del montaje, como ya he indicado) se le comunicaba que debía de memorizar una serie de listas de palabras y, si fallaba, el maestro le aplicaría una descarga leve que iría aumentando de intensidad a medida que se fuesen produciendo más fallos. Obviamente, las descargas eran falsas.

Los resultados del experimento fueron aterradores. Aunque el gancho mostraba de forma clara el “sufrimiento” que le producían las descargas, el “maestro” continuaba haciendo preguntas y accionando las diferentes palancas, incluso aunque no tuviesen respuesta por parte del supuesto “alumno”. Más de la mitad de los participantes en el experimento estuvieron dispuestos a electrocutar a sus “alumnos” hasta dejarlos inconscientes –o incluso producirles la muerte- solamente porque otra persona les había dado instrucciones precisas para hacerlo.

La conclusión que sacó Milgram es de las que te hacen temblar: “una persona corriente que cumple con su trabajo y no parece especialmente hostil, puede convertirse en el agente ejecutor de un terrible episodio destructivo. Además, pese a la naturaleza dañina de un acto incompatible con los criterios éticos más elementales, pocas personas parecen tener la suficiente entereza para resistirse a la autoridad”.

La pregunta que sigue es ¿son suficientemente responsables nuestros "científicos con bata blanca" para llevar a cabo estos experimentos? ¿todos los participantes saben "a quién" han de obedecer, es decir, todos siguen las consignas del mismo "científico"? o se dejarían llevar también por sus supuestos "ayudantes" que día tras día "traducen" sus consignas. En el segundo caso, tendríamos un problema mayúsculo.

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